Según nos acercamos a la torre de
Gustaffon la vegetación va desapareciendo y todo el suelo está cubierto con un musgo de tono rojizo. No hay ruidos, ni el viento se aventura a soplar. Al acercarnos la imponente estructura de piedra parece agrandar por momentos, pero solo es un efecto óptico. A escasos metros de llegar vemos que el portón de entrada está entrecerrado. Desmontamos de los caballos y los atamos al tronco de un árbol viejo que hacía años se había secado y desplomado. Están nerviosos, como si se anticipasen a algo.
Para nuestra sorpresa todo está ordenado; hay polvo y alguna que otra telaraña, pero nada de papeles por el suelo, ni muebles destrozados... Parece que las revueltas de magos son de otro calibre. Nos separamos en dos grupos ya que hay muchas plantas.
Bruto y
Richerento por un lado junto con cuatro de mis hombres;
Leezar y yo por otro con dos de mis hombres. El resto de soldados se han quedado en la entrada.
Ni para mi, ni para mis soldados, hay gran cosa de valor pero a nuestros acompañantes le parece todo lo contrario. Hablan, comentan, se intercambian objetos y se guardan otros. Yo estoy más atenta del entorno que de otra cosa. Y, sorprendentemente, todo está en su sitio.
Encontramos los aposentos privados de
Gustaffon en la plata superior. Estos sí están algo desordenados y lo que nos llama la atención es que parece que desde hacía mucho tiempo antes de las revueltas nadie pasaba por allí.
Leezar decide revisar el escritorio del mago, rebusca entre sus papeles y objetos. Yo me acerco a las estanterías. No hay un orden en su colocación y todos tienen títulos muy rimbombantes y están muy decorados. Pero uno me llama la atención. Es pequeño, de cuero y está medio escondido tras otros libros. Me hago con él y lo abro. Se trata de su diario. El diario personal de
Gustaffon. Interesante. Me lo guardo cuando
Leezar me llama. Está entusiasmado.
- Tengo aquí los planos de la torre. Hay un par de sótanos. ¡Tenemos que bajar! Quizá haya algo importante.
- Está bien, bajemos.
Según bajamos las escaleras hacia los sótanos vemos que el mismo musgo que crece fuera es más espeso según vamos bajando peldaños, crece por el suelo, paredes e incluso en el techo. No lo hemos encontrado en ninguna otra parte de la torre, solo aquí. Desenvaino mi espada. El primer sótano está muy revuelto pero en el segundo hay claras señales y marcas de que allí había pasado algo, habían estado luchando con hechizos. Y con lo que se habían enfrentado parecía de gran tamaño.
Seguimos el rastro. Nos lleva hasta una sala que está alejada del resto por un largo pasillo. Abrimos la gran puerta de hierro. Según vamos encendiendo las antorchas vemos que aquí no hay musgo y la sala es muy amplia y está vacía.
Vacía menos por un enorme pentagrama dibujado en el suelo. Vacía menos por el cuerpo de un humano de barba y pelo blanco atado de pies y manos con cadenas que salían desde varios puntos opuestos entre si del pentagrama. Estaba muerto, sin duda, pero a su vez parecía que respiraba muy lentamente y muy espaciado en el tiempo.
A lo largo de mi vida he visto muchas cosas, pero nada como esto.
- ¿Qué coño es esto,
Leezar?
- No tengo ni la menor idea. Pero el pentagrama parece un conjuro de contención contra demonios, pero en ciertas partes el patrón está alterado, como para potenciarlo... creo. Es una obra de ingeniería perfecta.
Salimos de allí, no sin antes de que
Leezar lanzase un sello a la puerta.
De vuelta a
Piedrahundida vemos a lo lejos un gran zeppelin estrellarse contra el suelo. Espoleo mi caballo y emprendo la carrera hacia la fortaleza. Mis hombres me siguen de cerca.