Los túneles bajo el templo
*Tras los tumultuosos acontecimientos en
Piedrahundida y las necesarias misas para apaciguar a la desmoralizada población, desciendo con
Abelio y los guardias que me acompañaron en el incidente con
Mario a los túneles a través del
Pozo de Ylathia. Al ser los soldados con más experiencia en este oscuro lugar, fueron la decisión lógica de
Alessia y
Enyra, aunque su suspicacia hacia el sacerdote es latente, pues ellos formaban parte del grupo más leal a la general contra la herejía de la
Piadosa*
*Una vez todos estamos en el fondo del pozo, ahora un cráter, encendemos las antorchas y me tomo la poción para "ver lo invisible" para percibir visualmente cualquier rastro mágico en la oscuridad*
- Por cierto
Abelio, me han solicitado que supervise tu... bueno, que tu organismo esté limpio de cualquier rastro de
semillas lodosas *entrecierro los ojos por instinto y percibo algo en uno de los recodos de las deterioradas catacumbas* ahí... *me aproximo e inspecciono el suelo lleno de cenizas, producto de la quema del
musgo rojo que se propagó tras la explosión, quizás producto de la destrucción del
Grimorio de Gustaffon o de la
Piadosa*
*Uno de los guardias aproxima la antorcha donde me encuentro y todos observamos cómo sostengo algo metálico, deformado entre mis manos*
- Es el cierre del maldito grimorio... *sonrío de medio lado y miro a
Abelio* parece que al menos ese infernal objeto ha sido destruido definitivamente... quizás fuese el motivo de la aparición del
musgo rojo... *veo cómo el tenue brillo que emanaba del trozo metálico comienza a desaparecer gradualmente mientras pronuncio un conjuro de disipación mágica*
*Tiro el trozo de metal ahora normal y al volver la mirada hacia la oscuridad, no necesito seguir las indicaciones que nos dio
Drake, pues veo un rastro casi efímero que nos conduce hacia ese corredor y su salida a los pantanos*
- El rastro se pierde ahí *señalo un punto próximo de la salida de la cueva, bajo el agua*
*
Octavio y
Otto mascullan para sus adentros y se introducen en el agua, palpando con sus lanzas el fondo. Finalmente, en el punto que les he señalado, encuentran algo que sacan y posan junto a
Abelio y yo*
*Aunque soy consciente de que el resto no puede verlo, el cadáver de nuevo calcinado de la
Piadosa brilla con una leve luz, indicándome que aún reside en ella cierta magia latente*
- Por su estatura y complexión, no cabe duda de que se trata de... de esa malnacida a la que llamabais santa... *miro a
Abelio y le extiendo una vara de plomo con runas mágicas inscritas* por lo visto era lo suficientemente poderosa como para sobrevivir a esa explosión lo suficiente como para haber llegado hasta aquí... *miro a los ojos del sacerdote* te concedo el honor de que termines con esta maldición... *bajo la mirada a la vara terminada en punta* debes clavar esta vara en su corazón
Abelio, no la destruirá por completo, pero con él clavado, no hay posibilidad de que por efecto mágico o divino, vuelva a la vida como hizo sin extraerla antes el objeto...
*Espero a que
Abelio lo haga, si no, no dudaré en hacerlo yo. De un modo u otro, llevaremos el cadáver empalado al castillo de
Piedrahundida para mostrarlo al resto del
Consejo. En su traslado, taparemos el cuerpo con una manta para que el pueblo llano no vea de quién se trata y se les dirá, en caso de que alguien pregunte, que se trata de una de las vestales. De este modo, evitaremos que fieles y detractores vuelvan a iniciar un tumulto*