Me sabe mal ser el primero en responder, ya que ni siquiera soy un Orovecchio de verdad. Pero en esta jodía casa, soy el que más madruga, por lo que se ve. Los Orovecchio son más de quedarse hasta las tantas ante el fuego, charlando de sus historias, siempre bastante embellecidas con respecto a la verdad.
Durante la ausencia de Lord Fabrizio, he estado ayudando todo lo posible a Gerad... si no es de los que me odian por ser «möro» (como algunos nos llaman despectivamente a los ujibos) y adoptado. Si es de esos, habré procurado ser invisible
¡Ah, Piedrahundida! Aún recuerdo la primera vez que la vi, siendo muy, muy pequeño. Es una de mis primeras memorias, de tanto como me impactó. Los imponentes muros, coronados de almenas y torres, están hechos de piedra oscura, casi negra, y se alzan sobre una amplia y elevada colina y ocultaban el sol. Al atravesar las puertas, sobre las que se ve el blasón de los Orovecchio, impresiona el grosor de los muros, de unos 8 metros. El enorme patio principal y la mayoría de los demás patios, son de la habitual sobriedad que cabe esperar: es un lugar de trabajo y tránsito, nada más. La mayoría de la fortaleza comparte ese carácter espartano, y sólo las habitaciones de los nobles, sus salones, y los de los invitados, registran un nivel de lujo razonable, pero no excesivo. Una de las cosas más interesantes de la fortaleza es que cuenta con un sótano de almacenes que todo el mundo conoce. Hay un segundo sótano, más profundo, pero eso lo sabemos muy pocos. También hay una intrincada red de pasadizos que permite, entre otras cosas que debo callarme, salir de la fortaleza sin ser visto (o por patas, si hiciera falta).
No hay esclavos en Piedrahundida. Lord Fabrizio puede tener sus cosas, pero es un hombre decente. Nunca lo permitiría. El servicio está llevado generalmente por doncellas de la comarca, que son enviadas al castillo a servir, a cambio de techo y comida, y un jornal escaso pero que compensa más que trabajar en el campo o en los pantanos.
Los habitantes no están nada, pero
nada contentos con la guerra: se lleva a muchos hombres jóvenes (y muchos no volverán), por lo que queda mucha labor sin hacer, o tienen que hacerla las mujeres y los niños; cuesta una barbaridad en oro, alimentos, equipo... La guerra es carísima, así que hay una gran carestía, que durante el invierno está haciendo pasar hambre a muchas familias. Entienden que es cosa del emperador, pero ellos sólo pueden plantear sus quejas y exigencias a los Orovecchio. Gerad se las está viendo negras para acallar las quejas y para gestionar lo mejor posible
una situación casi ingestionable. El hecho de que la guerra haya acabado, aunque haya bajado la moral de los soldados, ha subido la moral de la población civil, que espera retornar a una situación más estable y menos precaria en unos meses... Si al emperador no le da por liarse la manta a la cabeza y volver a armarla.
Hasta donde La Visión sabe,
no hay conjuras, complots ni riesgo de conflicto social. La gente está pasándolo mal, pero con resignación, y lejos aún de los extremos que empujan a la gente a inventar guillotinas y aplicárselas a todo el que no tenga callos en las manos. El hecho de que la guerra haya acabado parece que nos pone rumbo a tiempos más favorables.